Muchas voces se han levantado para
reaccionar con indignación por los actos de violencia que se dieron en las
inmediaciones del Instituto Nacional la semana pasada. Una persona encapuchada
– que parecía ser un joven estudiante institutor – acompañado por otra media
docena de muchachos causó un incendio frente a un profesor, causándole heridas,
al igual que a otros estudiantes. El profesor y dos estudiantes, con graves
quemaduras, fueron atendidos en un centro de salud y siguen bajo cuidados
médicos.
La ciudadanía condenó el acto y
pidió que se hiciera justicia. El Ministerio de Educación y el Ministerio
Público se han movilizado con lentitud. Otros han opinado que debe legislarse
para aumentar los castigos y algunos extremistas han demandado el cierre del
Instituto Nacional, fundado en 1909.
Recientemente me encontré con un
escrito del profesor Ricardo Ríos que ha realizado, en mi opinión, el análisis
más calmado y atinado de la situación. Pone sobre el tapete varios factores que
explican los incidentes de violencia en los alrededores del “Nido de Aguilas”.
Por un lado, la prohibición oficial desde hace varios años de la Asociación
Federada del Instituto Nacional (AFIN). Por el otro, un asedio permanente e
injusto contra el plantel por parte de los estamentos gubernamentales durante
el período anterior. Además, el profesor Ríos señala el interés de algunos
‘desarrollistas’ por apropiarse de los valiosos terrenos que ocupa el Instituto
para convertirlos en negocios urbanísticos.
Veamos
cada planteamiento con calma y orden. En primer lugar, la falta de la AFIN
genera desorganización y ausencia de liderazgo. El Ministerio de Educación ha
logrado su objetivo: descabezar el movimiento estudiantil. Según Ríos, “el
vandalismo estudiantil es consecuencia, entre otros factores, de la ausencia de
la Asociación Federada, colectivo de la Federación de Estudiantes, que
encauzaba las inquietudes cívicas de los alumnos del plantel. El movimiento
estudiantil no existe sin liderazgo
definido es imposible establecer responsabilidades, predomina la anarquía y se
favorece la maleantería”.
Ríos agrega que “el Instituto
Nacional fue baluarte de la nacionalidad panameña durante la épica de la (lucha
por la) soberanía. (A su vez), durante la dictadura militar fue centro
indomable al defender la institucionalidad democrática. Son muchos sus mártires
y héroes, su trayectoria de civismo, cultura y patriotismo es innegable. El
devenir nacional es impensable sin sus
logros y aportes al alma panameña”.
En segundo lugar, Ríos apunta a una
conspiración de los sectores más retrógrados de la sociedad panameña que
quieren ver desaparecer el faro que el Instituto ha representado por más de un
siglo. En los tiempos de
Martinelli y Lucy Molinar, se atacó “al Instituto Nacional
para desprestigiar los actos
conmemorativos del cincuentenario de la gesta patriótica del 9 de enero.
Semanalmente se provocaban actos violentos con enmascarados, el asunto era
criminalizar a los institutores”.
Incluso, se rodeaba al Instituto con policías militarizados. Las
cuadrillas del Ministerio de Obras Públicas salían a la Avenida de los Mártires
a borrar las expresiones artísticas de los jóvenes alusivos a los actos
heroicos del 9 de enero que encabezaron los institutores en 1964.
Nada es casual, dice Ríos. “El Nido de Águilas es
asediado por distintos intereses empeñados en desprestigiar su imagen y
trayectoria”. Concluye denunciando que, “el lucro inmobiliario desea
el cierre del Instituto Nacional para edificar en su valioso terreno
sus
torres del lavado de dinero. La actitud antinacional y antipatriótica de los
que no han superado su mentalidad de protectorado desea el cierre de
ese baluarte de nuestra nacionalidad. Intereses de grupos religiosos de la
ultra derecha tampoco quieren un centro del pensamiento crítico. A
esas voces les decimos que no lo lograrán, nos encontrarán
en cada rincón de la patria luchando contra sus nefastas intenciones”.
El Instituto
Nacional se encuentra en un espiral que es propio del país en su conjunto. Al
igual que la justicia, la educación en Panamá es clasista o selectiva. Los
niños son matriculados en las escuelas y colegios pensando más en quienes serán
sus compañeros de aula que en la calidad de la enseñanza. Los gobiernos de
turno están al servicio de un sistema educativo perverso que combina la
represión y la ineficacia con los negocios. Hay que liberar el enorme potencial
creativo de estudiantes y maestros en todo el país. Hace falta un plan de
desarrollo nacional donde la educación ocupe un lugar privilegiado. Todo sea por la gloria institutora, como lo proclamó Manuel
Roy.
16 de julio de 2015.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario