jueves, 26 de marzo de 2015

La Cumbre anuncia una crisis de sistema





La política exterior de un país es el reflejo de su política interna. En el caso de la VII Cumbre de las Américas, que se efectuará en la ciudad de Panamá, en apenas dos semanas, existe una tradición que se remonta dos siglos en que los países del hemisferio buscan crear un sistema político – sin mucho éxito - mediante acuerdos y alianzas internacionales. El Congreso Anfictiónico convocado por Bolívar en 1826 – precisamente en la capital panameña - tuvo como objetivo sellar la independencia de las nuevas repúblicas y bloquear el retorno de las potencias europeas.
La Cumbre de 2015 plantea la intención de los gobiernos latinoamericanos de consolidar un sistema que respete su soberanía y la autodeterminación de sus pueblos. La decisión de Cuba de participar en la Cumbre organizada por la Organización de Estados Americanos (OEA) le dio un impulso especial al encuentro. Todo indicaba que las relaciones entre la isla caribeña y EEUU entraban en una nueva fase. Por primera vez en 55 años los presidentes de los dos países se sentarían juntos en una mesa.
Sin embargo, EEUU decidió sacar una carta de la manga que puso en peligro el sistema que construyen los países de la región. Faltando poco para el cónclave, el presidente Barack Obama declaró que Venezuela representaba un peligro para su “seguridad interna y política exterior”. La agresividad de Obama contrastaba con su discurso pronunciado junto con el presidente cubano, Raúl Castro, subrayando que las diferencias entre los dos países no podían resolverse mediante la fuerza ni el engaño.
La ‘declaración de guerra’ de Washington contra el gobierno que preside Nicolás Maduro en Caracas, fue calificada como una intromisión burda por gobiernos y sectores sociales de toda la región. El anuncio de Obama se dio a conocer sólo unos días después  del frustrado golpe contra la revolución bolivariana montada en Colombia con apoyo de EEUU.
En la Casa Blanca se puso en marcha, hace más de 15 años, cuando aún vivía el presidente Hugo Chávez, una estrategia que buscaba un “cambio de régimen” mediante mecanismos no democráticos. A pesar de todos los esfuerzos, Washington no ha tenido éxito. A mediados de 2015, Venezuela celebrará elecciones donde las fuerzas polarizadas pondrán a prueba su apoyo popular.
La táctica utilizada por Washington contra Venezuela se parece mucho a la acción de desgaste que ese país aplicó contra Panamá hace 25 años antes de invadir militarmente al istmo. La actual ofensiva norteamericana incluye sabotaje económico, movilización de extremistas que utilizan tácticas terroristas y la división de las fuerzas armadas de la revolución bolivariana.
EEUU también llega a la Cumbre promoviendo una política divisionista. Mientras que los países más progresistas promueven ALBA, EEUU abanica la llamada Alianza del Pacífico. Washington también ha extendido su presencia militar en la región. Ha ocupado militarmente países como México y Colombia. Sus tropas se mueven con plena libertad en Honduras y Haití. Tiene bases militares en Chile, Perú y Paraguay. En el caso de Panamá, ha construido 12 bases aéreo-navales en las dos costas del país.
Hace pocos meses el discurso de Obama en torno a la nueva política hacia Cuba era considerada prometedora en la región. La Cumbre de Panamá no aceptará la impunidad norteamericana que caracterizó el siglo XX. En términos políticos y económicos ha perdido su hegemonía de antaño.
EEUU parece convencida que su única opción en América latina en el siglo XXI es imponer su fuerza militar. Para corregir ese rumbo equivocado, Obama tendría que llegar a la Cumbre con un discurso que promueva la convivencia, acompañada de acciones que apoyen su retórica. La vieja Alianza del Progreso es algo del pasado. En la actualidad, tendría que plantear una nueva política de intercambio comercial, de paz y de búsqueda de soluciones para los migrantes de la región que buscan empleo en EEUU.
En materia comercial, EEUU tiene que abandonar sus pretensiones de arrancar las riquezas a los países de la región, especialmente Venezuela. En materia de paz Washington debe declarar el hemisferio libre de militarismo. Tendría que desocupar las bases de Guantánamo, de Haití, Honduras y Colombia. Así mismo, retirar sus llamados ‘asesores’ militares de Panamá, Costa Rica, Chile y Perú. La Cumbre de Panamá anuncia una crisis de sistema que se reflejará en los cambios de la política exterior de EEUU hacia la región en un futuro no lejano.
26 de marzo de 2015.

jueves, 19 de marzo de 2015

La Universidad de Panamá y el profesor Bernal




La defensa del profesor Miguel A. Bernal, ante la pretensión del Consejo Académico de la Universidad de Panamá de expulsarlo de la casa de Méndez Pereira, ha sacudido el mundo académico. En el marco de este conflicto se desató una campaña mediática que colocó a la Universidad en un primer plano. Tanto el profesor Bernal como el rector de la Universidad, Gustavo García de Paredes, aparecen a diario en los medios de comunicación.
No hubo sector del país que no se solidarizara con Bernal y su lucha por evitar ser expulsado de las aulas universitarias. Al mismo tiempo, sus denuncias contra la administración universitaria fueron in crecendo penetrando la opinión pública. El público no percibe, empero, que en el trasfondo del enfrentamiento – y es importante destacarlo - está la crisis que vive la Universidad de Panamá: Fiel reflejo de la crítica situación por la que atraviesa el país.
Desde la invasión norteamericana en 1989, el proyecto de nación panameño ha sido cuestionado duramente por los gobiernos de turno. Los grupos que se suceden en el poder político no proponen la construcción de un país incluyente, con identidad nacional y con un plan de desarrollo con equidad. Observamos cómo los sectores dominantes incrementan la desigualdad social, tratan de borrar todo vestigio de nuestra historia y promueven leyes que crean empleos informales y más pobreza.
En este marco, la Universidad de Panamá no tiene futuro. La Universidad fue creada para apoyar y consolidar el proyecto de nación. Cuando fue fundada en 1935, recibió un mandato: Formar los profesionales que se integrarían a las funciones administrativas del Estado panameño. En menos de diez años cumplió con éxito su misión y se convirtió en baluarte de la nación, lanzando sus luces desde el glorioso Instituto Nacional.
Una generación más tarde, el país se embarcó en el proyecto de industrialización mediante la sustitución de importaciones (1948-1968). Fue un período políticamente inestable, marcada por cruentas luchas sociales, pero de fuerte crecimiento económico. Nuevamente, la Universidad jugó un papel central respondiendo al llamado de formar los técnicos que requerían las nuevas industrias, la construcción de carreteras y el impulso que recibió la ago-industria. El nuevo Campus universitario rebosaba de actividades, produciendo científicos naturales, ingenieros, médicos y todos los técnicos que demandaba la nueva economía.
Posteriormente, los militares (a partir de 1970) pusieron en práctica un plan de desarrollo que pretendía impulsar la creatividad de los panameños a escala nacional. En el marco de fuertes tensiones internas – de oposición a las instituciones castrenses – y un proceso de negociaciones por la soberanía, la Universidad comenzó a producir los nuevos profesionales de las ciencias sociales que necesitaba con urgencia el país. Cuando la Universidad cumplió su cincuentenario (1985), sus fundadores y todas las generaciones que los siguieron se sentían satisfechos de la labor cumplida al servicio del país y del proyecto de nación.
No pretendemos dejar por fuera del análisis la lucha de clases que presidía la realidad nacional que guiaba la evolución de la Universidad de Panamá. Fue precisamente esta tensión – dialéctica – que movilizaba a la juventud estudiosa y obligaba a los gobernantes (al servicio de los empresarios más lúcidos) a ofrecer soluciones a sus reivindicaciones sociales.
La invasión norteamericana de 1989 significó un paso atrás para el país y para la Universidad. El proyecto de nación, los planes de desarrollo y la lucha por la soberanía fueron desmontados. Panamá se hizo cargo de la administración del Canal de Panamá en 2000. En 15 años recibió un ‘dividendo extraordinario’ ($30 mil millones) que ha sido mal invertido. Los sectores en el poder desviaron las nuevas riquezas hacia sus proyectos muy personales. La corrupción se adueñó de la cosa pública.
La Universidad de Panamá no se escapó de la debacle. Los gobiernos – encabezados por especuladores y financistas - desplazaron a los sectores productivos. El profesor Bernal está diciendo que la Universidad perdió su misión. Para que la Universidad recupere su lugar en la sociedad hay que transformar el país. El país que queremos los panameños exige una universidad que redefina su estructura y contribuya al desarrollo nacional. Necesitamos una universidad dedicada a la investigación científica, capaz de enfrentar los retos nacionales: nuevas industrias, desarrollo agropecuario, ser vanguardia mundial en las ciencias marítimas y en las técnicas del  transporte. Erradicar de la agenda gubernamental los proyectos especulativos que no contribuyen al desarrollo nacional.
19 de marzo de 2015.

viernes, 13 de marzo de 2015

La ciudad que queremos





La semana pasada se realizaron dos encuentros en que la ciudad se convirtió en el eje de preocupación de los asistentes. En esos mismos momentos un ex - presidente de la Corte Suprema de Justicia era condenado a servir una pena de cárcel por delitos comprobados. Por otro lado, ex - ministros y otros funcionarios públicos eran privados de libertad. Otro número plural de empresarios eran detenido por corromper a altos miembros del gobierno.
Por un lado, la Alcaldía de Panamá convocó a un taller para dar a conocer los estudios realizados sobre los problemas de la ciudad capital. Por el otro, el Departamento de Sociología de la Universidad de Panamá convocó a un seminario sobre técnicas de investigación donde la ciudad fue objeto de análisis y estudio.
En ambos eventos se planteó la necesidad de hacer más estudios sobre la ciudad de Panamá. Es muy poco lo que se sabe. Esto contrasta con el hecho de que Panamá ha pagado millones de dólares para realizar planes de desarrollo urbanos. En el taller convocado por la Alcaldía se desprendió que no existen las estadísticas necesarias para hacer evaluaciones acertadas sobre la evolución del conglomerado urbano. Tampoco existe una historia de la ciudad de Panamá de las últimas décadas.
La ciudad de Panamá, quizás desde su fundación hace medio milenio, tuvo como objetivo promover negocios y enriquecer a los grupos en el poder. En el siglo XX la ciudad fue subordinada a los intereses del Estado panameño y el proyecto que giraba en torno a la construcción, operación y mantenimiento del Canal de Panamá. En los últimos lustros esta política se ha consolidado.
La ciudad no tiene un proyecto propio. Incluso, no tiene identidad. Lo interesante de los dos encuentros celebrados la semana pasada fue que se planteó el problema. ¿Qué ciudad queremos los panameños? No se respondieron en forma explícita las interrogantes pero fueron objeto de análisis.
La ciudad de Panamá, como cualquier otra formación urbana, tiene que atender las necesidades de su gente, de su juventud, así como de sus adultos mayores y niños. Para ello la ciudad necesita gente que se organice. Exige organizaciones sociales: la familia, la comunidad, los gremios, las mujeres, los trabajadores y otros. También necesita redes densas, complejas, ricas: una red que eduque a la población (especialmente a los más jóvenes), una red que garantice la reproducción de la población mediante un sistema de salud, una red comercial que le permita a la población tener acceso a los bienes y servicios, una red productiva, una red de seguridad basada en inteligencia y medidas preventivas y una red política que asegure la participación ciudadana.
La ciudad necesita una identidad, igual que la familia o el país. Sin participación ciudadana la identidad es objeto del despojo.
¿Cómo pueden los ciudadanos organizados (identificados y comprometidos), poner a funcionar las redes? Los datos e indicadores que recogen los especialistas en materia urbana nos informan sobre lo que no tenemos. La ciudadanía puede tomar conciencia de que no controlan las redes.
En el sistema en que vivimos, las redes han sido secuestradas por grupos con intereses económicos. Transforman las redes en negocios al servicio de organizaciones ajenas a los intereses de la población que no está organizada, que no se constituye en ciudadanía.
En todos los planes de desarrollo urbano se encuentran como objetivo central la promoción de los negocios. Igualmente, en todos los planes falta la participación ciudadana.
En todos los análisis de la ciudad falta la gente. Los jóvenes necesitan escuelas, las madres y los niños necesitan centros de salud. Las familias demandan viviendas. Igualmente, necesitan agua, energía y transporte. Todos estos elementos básicos son ignorados por los estudios que se hacen sobre la ciudad.
En materia de educación se habla de la ‘descentralización’ de los recursos. Es un objetivo que sólo tiene sentido para los intereses que hacen negocios. El sistema educativo está en un total caos. Escuelas sin techo y colegios sin agua en la ciudad capital. Sectores con alta densidad estudiantil sin centros escolares. Estudiantes sin matrícula y maestros sin nombramientos.
No hay bibliotecas. Pero aún más dramático, no hay escuelas. El problema de fondo es que las políticas públicas nacionales le niegan oportunidades de trabajo a los panameños y como consecuencia no puede haber participación ciudadana. La Alcaldía y la Universidad de Panamá han tomado un paso importante.
12 de marzo de 2015.

jueves, 5 de marzo de 2015

La desigualdad y la corrupción



Las organizaciones asociadas a las Naciones Unidas y otras entidades internacionales están alarmadas por la tendencia cada vez más marcada que apunta al incremento de la desigualdad social a escala global. Al mismo tiempo, muestran preocupación por lo que llaman un estancamiento en la disminución de la pobreza. A pesar de que el producto interno bruto (PIB) mundial se ha multiplicado varias veces en las últimas décadas, la pobreza sigue golpeando a 30 por ciento de la población. Hacemos alusión a estadísticas elaboradas mediante técnicas cuestionables de instituciones como el Banco Mundial y el FMI.
Otros indicadores se están colocando al lado de la pobreza y la desigualdad social como señales de una crisis de envergadura que socava las bases de la llamada civilización mundial. Hacemos referencia a los ataques militares a pueblos indefensos, a la discriminación étnica y de género, así como a la corrupción. Sin duda, estos problemas han sido la tónica en la historia de los pueblos. La característica de los problemas que visualizamos en el  presente es que se han globalizado y tienden a responder a políticas elaboradas desde un centro único.
Con pocas excepciones, en la mayoría de los países la corrupción se ha vuelto en el enemigo número uno de los pueblos y de sus aspiraciones por lograr el bienestar que muchas generaciones han anhelado. En los países más industrializados del mundo – EEUU, Europa occidental y Japón – la corrupción ha permitido que enormes riquezas sean transferidas desde los ahorros de los trabajadores hacia las cuentas bancarias de los empresarios especuladores. En los países menos desarrollados el mismo fenómeno se observa en cantidades menores. La nueva potencia - China - parece no escaparse de esta tendencia.
Todo indica que la desigualdad social es la causa de la corrupción (y, de igual manera, de la pobreza). Cuando se privilegia el empleo informal sobre las relaciones estables de trabajo se está promoviendo la desigualdad. Cuando los servicios públicos – educación, salud, energía y otros – son convertidos en negocios, se está promoviendo la desigualdad.
Una sociedad con un fuerte componente de igualdad social es el resultado de una población que comparte valores y busca soluciones a sus problemas en forma colectiva. En la actualidad, existen dos tipos de sociedades. Por un lado, la sociedad que vive en un Estado de armonía. No quiere decir que no exista desigualdad o corrupción. La armonía se basa en la aceptación, por parte de los grupos sometidos, de los valores de quienes se imponen en la sociedad. Esto se llama hegemonía.
Por el otro, la sociedad que vive sometida a un conflicto permanente. El sector que domina lo hace sobre la base de la fuerza. Es decir, los dominados no aceptan los valores de los dominantes. Como consecuencia, la imposición de los valores y las decisiones conducen hacia una desigualdad manifiesta.
Para ‘administrar’ este tipo de desigualdad manifiesta, el sector dominante tiene que recurrir al engaño, al clientelismo y, en última instancia, a la fuerza. La desigualdad social es la génesis de la corrupción.
En el caso de Panamá, que no es muy diferente a la de la mayoría de los demás países, el crecimiento económico de los últimos lustros benefició a una pequeña minoría de especuladores. Las políticas neoliberales fueron instrumentales en el empobrecimiento de las llamadas clases medias. En el gobierno más reciente, se recurrió a políticas de despojo (sustentadas en leyes y en muchos casos sin fundamento legal alguno).
En los últimos quince años, Panamá ha gozado de tener un monopolio sobre el tráfico marítimo que pasa entre los océanos Pacífico y Atlántico: el Canal de Panamá. Este negocio - complementado por servicios portuarios, aéreos, banca y sus derivados e, incluso, el narcotráfico que controla la mafia norteamericana – ha disparado los indicadores de riqueza: PIB, presupuesto nacional e infraestructura.
Sin embargo, la desigualdad social que ha servido de marco para este crecimiento ha contribuido a la creciente pobreza y a la corrupción. Los proyectos políticos y sociales todos se reducen a la apropiación de riqueza, no importan los medios. ‘Estamos abiertos a los negocios’ fue el lema del presidente Martinelli (2009-2014) y cumplió a cabalidad con su propuesta. Políticas neoliberales que contribuyeron a la desigualdad social que, a su vez, promovieron la corrupción. Se fue Martinelli y quizás sea procesado. Pero no se ha erradicado la causa de la ‘enfermedad’.
05 de marzo de 2015.