Las organizaciones asociadas a las Naciones Unidas y otras
entidades internacionales están alarmadas por la tendencia cada vez más marcada
que apunta al incremento de la desigualdad social a escala global. Al mismo
tiempo, muestran preocupación por lo que llaman un estancamiento en la
disminución de la pobreza. A pesar de que el producto interno bruto (PIB)
mundial se ha multiplicado varias veces en las últimas décadas, la pobreza
sigue golpeando a 30 por ciento de la población. Hacemos alusión a estadísticas
elaboradas mediante técnicas cuestionables de instituciones como el Banco
Mundial y el FMI.
Otros indicadores se están colocando al lado de la pobreza y
la desigualdad social como señales de una crisis de envergadura que socava las
bases de la llamada civilización mundial. Hacemos referencia a los ataques
militares a pueblos indefensos, a la discriminación étnica y de género, así
como a la corrupción. Sin duda, estos problemas han sido la tónica en la
historia de los pueblos. La característica de los problemas que visualizamos en
el presente es que se han globalizado y
tienden a responder a políticas elaboradas desde un centro único.
Con pocas excepciones, en la mayoría de los países la
corrupción se ha vuelto en el enemigo número uno de los pueblos y de sus
aspiraciones por lograr el bienestar que muchas generaciones han anhelado. En
los países más industrializados del mundo – EEUU, Europa occidental y Japón –
la corrupción ha permitido que enormes riquezas sean transferidas desde los
ahorros de los trabajadores hacia las cuentas bancarias de los empresarios
especuladores. En los países menos desarrollados el mismo fenómeno se observa
en cantidades menores. La nueva potencia - China - parece no escaparse de esta
tendencia.
Todo indica que la desigualdad social es la causa de la
corrupción (y, de igual manera, de la pobreza). Cuando se privilegia el empleo
informal sobre las relaciones estables de trabajo se está promoviendo la
desigualdad. Cuando los servicios públicos – educación, salud, energía y otros
– son convertidos en negocios, se está promoviendo la desigualdad.
Una sociedad con un fuerte componente de igualdad social es
el resultado de una población que comparte valores y busca soluciones a sus
problemas en forma colectiva. En la actualidad, existen dos tipos de
sociedades. Por un lado, la sociedad que vive en un Estado de armonía. No
quiere decir que no exista desigualdad o corrupción. La armonía se basa en la
aceptación, por parte de los grupos sometidos, de los valores de quienes se
imponen en la sociedad. Esto se llama hegemonía.
Por el otro, la sociedad que vive sometida a un conflicto
permanente. El sector que domina lo hace sobre la base de la fuerza. Es decir,
los dominados no aceptan los valores de los dominantes. Como consecuencia, la
imposición de los valores y las decisiones conducen hacia una desigualdad
manifiesta.
Para ‘administrar’ este tipo de desigualdad manifiesta, el
sector dominante tiene que recurrir al engaño, al clientelismo y, en última
instancia, a la fuerza. La desigualdad social es la génesis de la corrupción.
En el caso de Panamá, que no es muy diferente a la de la
mayoría de los demás países, el crecimiento económico de los últimos lustros
benefició a una pequeña minoría de especuladores. Las políticas neoliberales
fueron instrumentales en el empobrecimiento de las llamadas clases medias. En
el gobierno más reciente, se recurrió a políticas de despojo (sustentadas en
leyes y en muchos casos sin fundamento legal alguno).
En los últimos quince años, Panamá ha gozado de tener un
monopolio sobre el tráfico marítimo que pasa entre los océanos Pacífico y
Atlántico: el Canal de Panamá. Este negocio - complementado por servicios
portuarios, aéreos, banca y sus derivados e, incluso, el narcotráfico que
controla la mafia norteamericana – ha disparado los indicadores de riqueza:
PIB, presupuesto nacional e infraestructura.
Sin embargo, la desigualdad social que ha servido de marco
para este crecimiento ha contribuido a la creciente pobreza y a la corrupción.
Los proyectos políticos y sociales todos se reducen a la apropiación de
riqueza, no importan los medios. ‘Estamos abiertos a los negocios’ fue el lema
del presidente Martinelli (2009-2014) y cumplió a cabalidad con su propuesta.
Políticas neoliberales que contribuyeron a la desigualdad social que, a su vez,
promovieron la corrupción. Se fue Martinelli y quizás sea procesado. Pero no se
ha erradicado la causa de la ‘enfermedad’.
05
de marzo de 2015.
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