jueves, 5 de marzo de 2015

La desigualdad y la corrupción



Las organizaciones asociadas a las Naciones Unidas y otras entidades internacionales están alarmadas por la tendencia cada vez más marcada que apunta al incremento de la desigualdad social a escala global. Al mismo tiempo, muestran preocupación por lo que llaman un estancamiento en la disminución de la pobreza. A pesar de que el producto interno bruto (PIB) mundial se ha multiplicado varias veces en las últimas décadas, la pobreza sigue golpeando a 30 por ciento de la población. Hacemos alusión a estadísticas elaboradas mediante técnicas cuestionables de instituciones como el Banco Mundial y el FMI.
Otros indicadores se están colocando al lado de la pobreza y la desigualdad social como señales de una crisis de envergadura que socava las bases de la llamada civilización mundial. Hacemos referencia a los ataques militares a pueblos indefensos, a la discriminación étnica y de género, así como a la corrupción. Sin duda, estos problemas han sido la tónica en la historia de los pueblos. La característica de los problemas que visualizamos en el  presente es que se han globalizado y tienden a responder a políticas elaboradas desde un centro único.
Con pocas excepciones, en la mayoría de los países la corrupción se ha vuelto en el enemigo número uno de los pueblos y de sus aspiraciones por lograr el bienestar que muchas generaciones han anhelado. En los países más industrializados del mundo – EEUU, Europa occidental y Japón – la corrupción ha permitido que enormes riquezas sean transferidas desde los ahorros de los trabajadores hacia las cuentas bancarias de los empresarios especuladores. En los países menos desarrollados el mismo fenómeno se observa en cantidades menores. La nueva potencia - China - parece no escaparse de esta tendencia.
Todo indica que la desigualdad social es la causa de la corrupción (y, de igual manera, de la pobreza). Cuando se privilegia el empleo informal sobre las relaciones estables de trabajo se está promoviendo la desigualdad. Cuando los servicios públicos – educación, salud, energía y otros – son convertidos en negocios, se está promoviendo la desigualdad.
Una sociedad con un fuerte componente de igualdad social es el resultado de una población que comparte valores y busca soluciones a sus problemas en forma colectiva. En la actualidad, existen dos tipos de sociedades. Por un lado, la sociedad que vive en un Estado de armonía. No quiere decir que no exista desigualdad o corrupción. La armonía se basa en la aceptación, por parte de los grupos sometidos, de los valores de quienes se imponen en la sociedad. Esto se llama hegemonía.
Por el otro, la sociedad que vive sometida a un conflicto permanente. El sector que domina lo hace sobre la base de la fuerza. Es decir, los dominados no aceptan los valores de los dominantes. Como consecuencia, la imposición de los valores y las decisiones conducen hacia una desigualdad manifiesta.
Para ‘administrar’ este tipo de desigualdad manifiesta, el sector dominante tiene que recurrir al engaño, al clientelismo y, en última instancia, a la fuerza. La desigualdad social es la génesis de la corrupción.
En el caso de Panamá, que no es muy diferente a la de la mayoría de los demás países, el crecimiento económico de los últimos lustros benefició a una pequeña minoría de especuladores. Las políticas neoliberales fueron instrumentales en el empobrecimiento de las llamadas clases medias. En el gobierno más reciente, se recurrió a políticas de despojo (sustentadas en leyes y en muchos casos sin fundamento legal alguno).
En los últimos quince años, Panamá ha gozado de tener un monopolio sobre el tráfico marítimo que pasa entre los océanos Pacífico y Atlántico: el Canal de Panamá. Este negocio - complementado por servicios portuarios, aéreos, banca y sus derivados e, incluso, el narcotráfico que controla la mafia norteamericana – ha disparado los indicadores de riqueza: PIB, presupuesto nacional e infraestructura.
Sin embargo, la desigualdad social que ha servido de marco para este crecimiento ha contribuido a la creciente pobreza y a la corrupción. Los proyectos políticos y sociales todos se reducen a la apropiación de riqueza, no importan los medios. ‘Estamos abiertos a los negocios’ fue el lema del presidente Martinelli (2009-2014) y cumplió a cabalidad con su propuesta. Políticas neoliberales que contribuyeron a la desigualdad social que, a su vez, promovieron la corrupción. Se fue Martinelli y quizás sea procesado. Pero no se ha erradicado la causa de la ‘enfermedad’.
05 de marzo de 2015.

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