Hace
décadas, dice Soto, George Orwell publicó “1984”, novela sobre un régimen
político omnipresente, totalitario, que ejerce férreo dominio sobre la
cotidianeidad de los individuos. Allí se impone el ocultamiento de las ideas
transformadoras del pasado para evitar que alimenten eventuales disidencias en
el presente.
La
manera de perpetuar un régimen totalitario es falseando la realidad. Porque la
disidencia muchas veces se alimenta del pasado para rectificar el presente y
mejorar el futuro. Entonces hay que manipular el pasado, hacerlo inexistente si
es necesario. Ante la imposibilidad de viajar en el tiempo el régimen cambia la
historia. Tiene razón Orwell cuando dice, “quien controla el presente, controla
el pasado”.
Podemos
parafrasear a Soto al decir que en Panamá estamos cerca del mundo orwelliano.
El totalitarismo se ha instalado. No es el gobierno el que impone su voluntad
sobre nuestras vidas, sino son unos pocos grupos económicos, los que imponen su
voluntad sobre la sociedad, incluso sobre el mismo Gobierno. Ellos controlan
rigurosamente nuestro presente y reescriben nuestro pasado. La concentración de
la riqueza y de las rentas, en manos de unas cuantas familias ha instalado en
el país un poder superior que domina todas las esferas de la vida económica y
social y que se proyecta al ámbito político.
Las
familias más poderosas de Panamá están en el ranking de las mayores fortunas
del mundo. Se convirtieron en los más ricos, primero, gracias a la dictadura y,
luego, a la invasión militar norteamericana. No son los únicos que se han
beneficiado de las privatizaciones, de un Estado que no regula y de una
Constitución ignorada que ha convertido en negocio la salud, la educación y la
seguridad social. A las estas pocas familias le siguen otras de menor
envergadura.
Estos
grupos económicos son los dueños de Panamá: las rentas del Canal, puertos, la
minería, bosques, pesca, aguas, industrias, supermercados, servicios públicos,
salud, seguridad, educación y bienes raíces urbanas. Esas familias controlan
nuestras vidas mediante bajos salarios, contratos precarios, tarjetas de
crédito, bajas pensiones, lucro en educación y salud, precios monopólicos en
las medicinas.
Pero,
además, controlan los medios de comunicación y han comprado los partidos
políticos, ampliando su poder a la esfera pública. Con el control de los medios
escritos, radios y TV, el pensamiento único defiende, con toda su fuerza, la
institucionalidad económico-social que instaló la invasión militar
norteamericana. Mediante ellos justifican sus intereses y descalifica, oculta o
ataca cualquier reforma del régimen.
Los
grupos económicos al controlar el presente, también manipulan el pasado,
reconstruyéndolo según su imagen e intereses. Se oponen con virulencia a los
cambios impositivos y al cumplimiento del código de trabajo. Rechazan la
gratuidad y la igualdad en la educación. No quieren que las aguas sean de y para
todos los panameños, sino que sirvan al negocio minero y a las hidroeléctricas.
Insisten en la represión del pueblo ngobe-buglé. Sobre la base del control del
presente intentan inventar un pasado que les sirva a sus intereses actuales.
Aseguran que a Panamá le iba mal antes. Desde la invasión militar
norteamericana dicen que la vida cambió para bien. Doblegaron al PRD para que
mantuviera las mismas políticas públicas de despojo.
Los vasos comunicantes entre la política y los negocios fueron
evidentes durante los primeros años después de la invasión militar
norteamericana. En los períodos presidenciales más recientes quedó de
manifiesto que los políticos se entregaron a los empresarios. Han financiado
sus campañas electorales a cambio de ayudar a los poderosos a ampliar sus
negocios. Son los amigos de los presidentes de turno. Comenzaron a admirar a
sus represores. Se impuso el síndrome de Estocolmo.
Es
cierto que ahora ya nada es sagrado. Pero, se les pasó la mano a los dueños de
Panamá. Tampoco se puede seguir jugando con la inocencia de la gente. Como dice
la mitología sobre las sabinas, el calendario no anda con prisas. Todavía están
nuestros hijos y nietos. El control del presente y la manipulación del pasado,
no garantizan a los poderosos el dominio del porvenir.
(Podremos
aplicar el análisis presentado en este artículo a cualquier país de la región,
sometido al Consenso de Washington).
24 de septiembre de 2015.
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